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El rastro de Orlando Pelayo, el parricida que conmocionó al país

Falleció este viernes. Entró en la historia de la criminalidad en Colombia por ordenar el macabro secuestro y muerte de su hijo. Hizo múltiples intentos por salir de una prisión en donde permaneció durante más de una década.

orlando pelayo
Por Norbey Quevedo | Créditos: Colprensa

La muerte de Orlando Pelayo Rincón, el hombre que ordenó el secuestro y muerte de su propio hijo, Luis Santiago Herman de apenas 11 meses de edad, removió uno de los episodios más dolorosos que ocurrieron en el año 2008. Aunque fue condenado a una pena de 58 años y 9 meses de prisión, de estos pagó 15 años en penales de alta seguridad.

Desde el pasado 10 de abril, había sido trasladado de la penitenciaría a una clínica de Valledupar por insuficiencia renal, cardiaca y diabetes que desencadenó en un internamiento en cuidados intensivos hasta su deceso.

Justamente, el pasado 28 de febrero, el Juzgado Tercero de Ejecución de Penas de Valledupar le había reconocido una redención de pena de 4 meses y 2 días de prisión por estudio, trabajo y buena conducta en el penal. En total, e incluyendo esa redención, Pelayo había disminuido su condena en 34 meses y cinco días en 14 redenciones de penas otorgadas y dos negadas.

En marzo de 2021, había intentado salir de prisión argumentando una sustitución de la ejecución de la pena por enfermedad grave, pero este subrogado fue negado y aunque había advertido que impugnaría la decisión, al final, el recurso fue declarado desierto.

La Tramacúa, considerada una cárcel de castigo, está ubicada a cinco kilómetros de Valledupar, enclavada en 15 hectáreas, y alberga 1.600 internos en promedio.

Fue uno de los primeros penales de alta seguridad construidos en respuesta a la sentencia T-153 de 1998, que declaró el Estado de Cosa Inconstitucional de las prisiones.

El Buró de prisiones de los Estados Unidos, en su momento, la certificó como una de las más seguras de América Latina. Sin embargo, no había sido inaugurada y las quejas y señalamientos abundaban en despachos administrativos y judiciales.

La falta de agua, de aire y todo tipo de limitaciones fueron la queja más constante. Cada dos meses, por resolución, se permite el ingreso de dos cojines de crema desodorante, un tubo de crema dental, un cepillo dental, un jabón de baño, un jabón de lavar, dos cuchillas de afeitar y dos rollos de papel higiénico.

En este penal no hay relojes ni espejos y durante años las quejas ante la Corte Constitucional y el Comité contra la Tortura llegaron centenares de escritos acusando de tratos inhumanos, degradantes a los custodios y directores, dicen que es una cárcel para quebrar el espíritu.

Precisamente a ese penal llegó Pelayo Rincón a mediados de 2011 a expiar sus culpas y a recordar cada segundo de su existencia el crimen de su hijo Luis Santiago. Desde el primer día hizo hasta lo imposible por salir de aquella mazmorra.

Súplica penal

Acudiendo a los derechos de petición y acciones de tutela, solicitó varias veces el traslado de prisión. Incluso en los últimos años intentó obtener un subrogado penal, la sustitución de prisión intramuros por domiciliaria argumentando grave estado de salud, pero nada le funcionó.

Su rosario de peticiones inició en agosto de 2012. En ese momento, argumentó amenazas contra su vida e integridad personal, así como tratos inhumanos por parte de la guardia.

El Inpec le negó su requerimiento y entonces dirigió su solicitud al Juez Tercero de Ejecución de Penas. Pero el togado se limitó a enviar por competencia el requerimiento a la dirección del Inpec.

Sus quejas constantes y oficios a todas las entidades terminaron por afectar su calificación de conducta, a tal punto que en mayo de 2013 el juez no le concedió rebaja de pena por estudio y trabajo por falta de la calificación de disciplina requerida.

CÁRCEL DE TRAMACÚA

 Cárcel La Tramacúa

Dos años después, volvió a oficiar al juez que vigilaba su pena. En abril de 2015 y convencido por otros internos que pasaban sus días leyendo códigos y normas y que muchas veces terminan convencidos de que son abogados, creyó que en su caso, jueces y magistrados, habían desconocido su derecho a una rebaja de pena del cincuenta por ciento por haberse allanado a cargos.

Así que mediante un derecho de petición al juez, solicitó formalmente, alegando un principio de favorabilidad penal, la reducción de su condena por haberse allanado a los cargos en la audiencia de imputación.

Pero el juez le respondió con una norma que no había sido debatida por sus compañeros de prisión empíricos en lectura de normas: en su caso recaía la prohibición taxativa del artículo 199 de la ley 1098 de 2006, que establece que no hay lugar a rebaja de condena por preacuerdos o allanamiento cuando se trata de delitos en contra de niños, niñas y adolescentes.

Aterrizado por el despacho, Pelayo entonces solicitó al juez que ordenara su traslado a otra penitenciaría.

Otras maniobras

Al año siguiente, el 22 de julio de 2016, tanto Pelayo como otros internos le solicitaron al juez que realizara una visita de inspección ocular a la Unidad de Tratamiento Especial, UTE de Valledupar; los internos la consideran una cárcel dentro de la cárcel.

A comienzos de enero de 2017 y luego de innumerables solicitudes de traslado, la dirección regional Norte del Inpec mediante oficio 300-006952 informó al juez que el 15 de diciembre de 2016 se le había dado la instrucción al director del penal de remitirle al interno Pelayo el formato de traslado para estudiar su solicitud.

Cinco meses después, el 25 de mayo de 2017, Pelayo remitió un derecho de petición al juez solicitando sustitución de la prisión intramuros por domiciliaria y argumentó grave enfermedad. Un mes después, insistió en su solicitud.

Ante los requerimientos reiterativos, el juez ordenó a la Seccional Cesar del Instituto Nacional de Medicina Legal que le realizara una valoración forense de su estado de salud.

El examen se practicó, pero Medicina Legal no evidenció una condición de salud grave que impidiera continuar con su vida en reclusión formal, así se le notificó el 2 de octubre de 2017. Un mes después, el Inpec tampoco le dio buenas noticias y lo notificó de la inviabilidad de su traslado.

Pocos días después, la Junta de Evaluación y Desempeño indicó que en el mes de noviembre de 2016 su trabajo había sido deficiente y el juez no le redimió pena.

PRESO

Meses después, volvió a solicitar al juez ser valorado por Medicina Legal, pero el 16 de octubre de 2018, por segunda vez, la entidad respondió que su estado de salud no era grave, en consecuencia, el 28 de diciembre de 2018, el juzgado negó su solicitud de sustitución de la medida de aseguramiento.

Con la segunda valoración de Medicina Legal en contra, semanas después Pelayo volvió a alegar temer por su vida y seguridad, a mediados de 2019, el juez le ordenó al director del penal examinar de manera urgente las condiciones de seguridad y adoptar todas las medidas para garantizar su vida e integridad.

Al mes siguiente, y por tercera vez, el interno desesperado volvió a solicitar valoración de Medicina Legal, y como ocurrió en las anteriores ocasiones, el forense conceptuó que podía continuar su vida en reclusión.

El juzgado una vez más, el 26 de octubre de 2020, no concedió el sustituto. Pelayo interpuso recurso de reposición y, en subsidio, de apelación.

No volvió a insistir hasta el 26 de agosto de 2022 cuando le informó al juez que había sido víctima de agresión por parte de otro interno. El juez ordenó al penal verificar y dos meses antes de ser trasladado de urgencia a un centro de salud, hizo una última petición, ser trasladado de pabellón.

Detalles de un crimen

Se llevó a la tumba la verdad y el perdón. El allanamiento temprano a cargos terminó con el proceso en su contra prontamente. Sin embargo, la madre del menor no pudo saber nunca la verdad de su propia voz, tampoco recibió una señal de arrepentimiento.

El 25 de septiembre de 2008, Clara Lozano Herman a las 9:00 de la mañana interpuso una denuncia por su secuestro, el de su bebé de 11 meses Luis Santiago y la desaparición del pequeño.

Así quedó consignado en los informes de los investigadores de la Policía, entre sollozos y angustia describió lo sucedido.

Como todos los días, a las 5:40 a.m., Orlando Pelayo Rincón, padre del pequeño Luis Santiago, recogió a la madre de su hijo, la llevó hasta su lugar de trabajo, Jardines Carolina, y dejó al niño en la casa de la madre de Clara en el barrio Santa Lucía para que lo cuidara.

CLARA LOZANO MADRE 1

Clara Lozano, madre de Luis Santiago 

Terminado su turno, la joven Clara se trasladó a recoger a su hijo. Almorzó, bañó a su bebé y para pasar el tiempo prendió el televisor, mientras Pelayo la recogía para como todas las noches trasportarla a su casa.

Hacia las siete de la noche y cuando apenas se escuchaban los titulares de la emisión nocturna del noticiero, apareció Orlando, la recogió y la llevó a la casa de él, demoró apenas cinco minutos pues iba camino a su trabajo nocturno.

Clara caminó hasta la cocina para calentar sopa para su pequeño. Escuchó un extraño sonido en el techo, como el zinc de unas tejas ondearse. Recordó que ahí solían pasearse gatos y continuó con su labor.

Tomó en brazos a su pequeño, varias cucharadas de sopa en forma de avioncito, mientras ella escuchaba las noticias. El niño lloró y Clara entonces corrió por el tetero. Minutos después y cuando la madre y su hijo dormitaban, un sonido la despertó, sintió la presencia de otra persona en la casa.

Intrusos en la casa

Alzó la mirada, creyó que se trataba de su tía que usualmente llegaba después del noticiero. Pero vio a un hombre vestido de negro y con un pasamontañas de lana que le ocultaba el rostro.

No alcanzó a pensar qué hacer cuando el hombre se le abalanzó, ella forcejeó mientras gritaba con todas sus fuerzas pidiendo ayuda.

Justo en ese momento, mientras intentaba zafarse de su atacante, se percató que el hombre no había llegado solo. Una mujer también estaba en la casa.

Le exigió que callara, amenazó con lastimar al bebé si continuaba gritando, la mujer sacó un cuchillo, la luz se reflejó en la lámina cortante mientras con la otra mano selló la boca de Clara, ¡cállese!, vociferó.

BEBÉ ASESINADO LUIS SANTIAGO

Bebé Luis Santiago, cuyo asesinato fue ordenado por su padre

Clara prometió no gritar, preguntó qué querían, pero los intrusos guardaron silencio. El niño lloró, la mujer lo miró, caminó hacia el pequeño, lo tomó en brazos y lo llevó al corral.

Nuevamente gritó, pidió auxilio pero ahí se le abalanzó la mujer, con ambas manos tapaba boca y nariz, "era como si quisiera matarme" señaló Clara a los judiciales.

La mamá del pequeño, en el forcejeo, abría la boca para respirar. El hombre entró e intentó someterla, pero Clara, sin pensar en las consecuencias, le quitó el pasamontañas.

El hombre enfureció y le dijo a su cómplice que esa estúpida, refiriéndose a Clara, le había quitado el pasamontañas.

En el bolsillo $7.000

Ella, con miedo, fijó en su mente los breves segundos de la imagen descubierta. Un hombre de tez blanca, corte militar, ojos cafés, labios medianos y nariz delgada. Sin barba ni bigote.

Su osadía le costó que la amarraran de pies y manos. La mujer enfurecida empezó a golpearla con los pies en el estómago y la cara. Ella estaba inmóvil y ya no podía defenderse.

Le sujetaron el cuello en señal de estrangulamiento. Pero lo que hicieron después la puso a dudar de todo, hasta hoy.

Arrojaron todo al piso mientras le gritaban "¿dónde está el dinero?". Al percatarse de que ella, a pesar de estar golpeada, veía los movimientos, la mujer buscó un pantalón de sudadera y le cubrió la cara.

Clara extrañada les dijo: "¿cuál plata? Solo tengo $7.000 en el bolsillo. Si quieren, llévense eso, es lo único que tengo".

La mujer agarró un cable de un cargador de celular y sujetó las manos de Clara. Ella juntaba las manos lo más que podía para disminuir la tensión del cable.

Ella por tercera vez intentó ahogarla. Segundos después, el silencio la atemorizó, no escuchó nada más.

El silencio le provocó más pánico que el ruido. Como pudo, jaló el pantalón que le cubría la cara, usó sus dientes para quitarlo.

Pero las manos estaban muy ajustadas, no podía soltarse. Se arrastró hasta la cama y empezó a golpearse para intentar liberarse.

No tiene claro cuánto tiempo pasó hasta que logró soltarse. Sin sus limitaciones, se levantó y observó que absolutamente toda la casa estaba en desorden.

La silla principal la movieron y la atravesaron en la puerta. Corrió hacia la puerta principal para pedir ayuda, pero extrañamente estaba cerrada desde afuera.

Rapto a la vista

En ese momento, timbró el teléfono. Era su tía, quien le preguntó cómo estaba, y Clara solo atinó a pedirle que llamara a la policía porque estaba encerrada. Justo ahí descubrió que se habían llevado a su hijo.

La tía Socorro apareció tiempo después angustiada, ingresó por una habitación que conecta con la sala.

Clara entró en pánico y empezó a gritar y a llorar porque habían robado a su hijo. Varios vecinos acudieron en su ayuda para que se calmara. Cuando salió de la casa, se desmayó. Al recuperar la conciencia, intentó correr, pero los vecinos le pidieron que se quedara quieta y tranquila, ya que la policía estaba en camino. Los uniformados llegaron rápidamente y la trasladaron al hospital.

“Yo no he tenido problemas con nadie. A mí lo que se me hace raro es por qué me preguntaron por plata, yo no tengo. Me gano un salario mínimo mensual”, le dijo a las autoridades.

En las declaraciones a la policía judicial, la madre del niño, al ser interrogada por el padre del menor, informó que solo unas horas antes se había enterado de que a él, a Orlando, le habían aprobado un crédito por $8 millones.

CUERPO ENCONTRADO DEL BEBÉ

El menor fue encontrado por las autoridades 

Clara entregó dos detalles importantes: Orlando aún no reconocía al pequeño como su hijo, y esa era la razón por la cual el niño en el registro civil tenía los apellidos maternos. También narró que él vivía con otra mujer, estaba casado, y que ella no tenía hijos con Orlando, pero nunca recibió amenazas de ella.

El rapto del pequeño se difundió rápidamente, y en cuestión de horas, Clara e increíblemente Orlando entregaron declaraciones a varios medios de comunicación. El hombre, sin la más mínima expresión de angustia o preocupación, le pidió a los supuestos captores que le regresaran a su hijo sano y salvo.

La ciudadanía se movilizó, y se hicieron plantones con velas mientras se exigía el regreso del pequeño. Pasaron los días, y Orlando continuaba con su papel de víctima acudiendo a todos los medios de comunicación y pidiendo ayuda de las autoridades.

La confesión

Días después, se capturó a dos sospechosos: Martha Lucía Garzón Muñoz y Jorge Ovalle Moreno, quienes confesaron no solo el secuestro sino también el homicidio del pequeño y entregaron las coordenadas del cuerpo. Pero también señalaron a Orlando Pelayo como el autor intelectual del secuestro y muerte de su propio hijo.

Con la declaración de los responsables del abominable crimen, se halló el cuerpo sin vida del menor en el sector de la vereda Tiquiza, en Chía, Cundinamarca.

Tres investigadores de la policía judicial iniciaron la diligencia de inspección técnica del cadáver. En el formato F3 de policía judicial quedó consignado lo sucedido. Chris Correal del CTI y Ferney Galvis de Policía Judicial suscribieron el informe.

El 30 de septiembre de 2008, a las 6:30, el personal de la Policía Nacional encontró el cuerpo sin vida de un menor de sexo masculino, con características que correspondían a las del menor secuestrado, motivo por el cual se informó a la Policía Judicial para que realizara la respectiva diligencia de inspección técnica del cadáver. La diligencia inició a las 9:00 horas y terminó a las 10:29 horas.

MADRE Y PADRE DEL BEBÉ

Velatón por desaparición del bebé Luis Santiago en su momento

A Pelayo se le practicaron varias pruebas, una de estas un polígrafo, en el cual, tras varias horas, confesó ser el autor intelectual. Cuando su defensor intentó convencerlo de no aceptar cargos, Pelayo aseguró que quería aceptar su responsabilidad.

Ese mismo día, el Juez Segundo Promiscuo Municipal de Chía libró la boleta de captura y el Juez Tercero Promiscuo Municipal de Chía, con función de control de garantías, legalizó la captura y avaló la imputación de cargos y medida de aseguramiento en contra de los coautores del secuestro y homicidio agravado del menor.

Pelayo aceptó cargos y le impusieron una condena de 720 meses de prisión en primera instancia, a los dos coautores 26 años de prisión.

Paradójicamente, con el tiempo cambió de decisión y, en sede de Casación, intentó retractarse argumentando que la justicia no había probado que el menor era su hijo, pues no tenía sus apellidos, y que había confesado luego de haber sido, a su juicio, torturado, pues estuvo 12 horas en polígrafo y no le ofrecieron agua.

La Sala de Casación Penal, en sentencia de 2010, desestimó los argumentos y confirmó su condena en 58 años y 9 meses de prisión.

Es la historia de uno de los más despiadados asesinos del país. Referente de la criminalidad en Colombia. Nunca se supieron los motivos que tuvo para ordenar el secuestro y asesinato de su hijo. Este viernes el parricida Orlando Pelayo murió.

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