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Invertir en trenes es invertir en el futuro: evidencia global y el caso RegioTram

Países con trenes modernos tienen mejor PIB, productividad y calidad de vida. Colombia busca retomar esa vía con el proyecto RegioTram.

Vagón regiotran
Por Agencia Periodismo Investigativo | Mar, 17/06/2025 - 14:43 Créditos: Gobernación de Cundinamarca / Vagón Regiotran de Occidente

Los países con sistemas ferroviarios desarrollados, como Japón, Suiza, Francia y el Reino Unido, presentan mejores índices de crecimiento económico, productividad industrial y calidad de vida.

A través de datos históricos y evidencia técnica, se confirma el vínculo entre redes férreas modernas y un desarrollo sostenible. Colombia, tras décadas de abandono ferroviario, empieza a recorrer ese camino con proyectos como RegioTram.

A lo largo de la historia, los países que han desarrollado sistemas de transporte ferroviario robustos —y en especial trenes de cercanías y de alta velocidad— han visto una correlación clara entre la expansión del ferrocarril y mejoras sostenibles en su economía, calidad de vida y PIB per cápita. En Europa y Asia, destacan modelos muy significativos.


Japón, líder global en infraestructura ferroviaria, ostenta la mejor puntuación del mundo —6,8 sobre 7— en calidad de su red ferroviaria, según el Foro Económico Mundial

Este país comenzó en 1872 con la línea Tokio–Yokohama, y desde entonces ha desarrollado una red de trenes bala (Shinkansen) desde 1964. A pesar de tener menos kilómetros por habitante, su sistema de alta eficiencia impulsó una industrialización acelerada y convirtió al ferrocarril en motor de la economía; no es casualidad que Japón, con su sólida infraestructura, sea la tercera economía mundial y destaque repetidamente en calidad de vida y longevidad .

Suiza, Holanda, Finlandia e incluso Hong Kong y Corea del Sur también se encuentran entre los primeros lugares en calidad ferroviaria global

Países que invierten consistentemente en trenes y trenes bala —como Alemania, Francia e Italia— muestran un efecto positivo en productividad local, desarrollo de zonas metropolitanas integradas, y disminución de emisiones contaminantes.

En el caso de Estados Unidos, el ferrocarril transcontinental inaugurado en 1869, que redujo los costos de transporte en casi 85 %, fue clave para abrir regiones antes inaccesibles, estimular la minería, la agricultura y acelerar el crecimiento económico del Oeste

Sin embargo, tras la expansión de la red vial en el siglo XX y la priorización del automóvil, el transporte ferrocarril perdió protagonismo, impulsando una fragmentación regional: solo el Northeast Corridor mantiene trenes de alta velocidad (Amtrak Acela), y para viajes interurbanos muchos estados no cuentan con infraestructura moderna.


En Europa, el Reino Unido construyó su red ferroviaria ya en los 1820–1830 —con el Stockton & Darlington en 1825 y una explosión de inversiones conocidas como “Railway Mania” en los 1840’s—. Esta corriente llevó a reducciones drásticas en costos de transporte de carbón y bienes industriales, creación de empleos y consolidación de cadenas productivas

Hoy sus 15.849 km de vías interconectan ciudades, transporte regional y urbano, con 1 600 millones de viajes anuales .

La síntesis de estos casos revela una proporción clara: a mayor inversión en red ferroviaria eficiente, mayor crecimiento económico local y nacional, mejor calidad de vida urbana/regional, y mayor PIB per cápita.

Un estudio en Suecia demostró que acceder a vías férreas locales duplicaba o triplicaba el ingreso industrial 30 años después.

Además, investigaciones en Asia señalan que el arranque de corredores de alta velocidad tiene impactos directos no solo en productividad, sino también en urbanización, redistribución de población y acceso a servicios.

En cifras comparativas, el aporte directo de los ferrocarriles en la Unión Europea representa entre el 0,5 % del PIB, con un efecto indirecto adicional de otro medio punto, lo que implica que por cada euro invertido en transporte férreo se generan efectos multiplicadores importantes para sectores como construcción, industria pesada, turismo y servicios.

Estos países sintetizan una misma lección: los trenes y la alta densidad ferroviaria no solo mueven personas y mercancías, sino que estructuran economías, reducen desigualdad territorial, fortalecen metrópolis y mejoran el bienestar social a través de menos congestión, menor contaminación y mayor accesibilidad.

En este contexto, proyectos como el RegioTram de Occidente en Colombia pueden marcar una bisagra comparable: el retorno a la red férrea suburbanas tras décadas de abandono.

Siguiendo el ejemplo mundial, un tren eléctrico con alta frecuencia urbana–suburbana podría no solo mover pasajeros, sino impulsar desarrollo industrial local, mejorar competitividad regional y dar un vuelco positivo al PIB y calidad de vida en la Sabana de Bogotá.

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