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Epam y Aunap: el viaje de 200.700 alevinos de bocachico que conectó al Alto Magdalena con los ríos de Cornare

Fomento a la pesca para fortalecer la actividad de los pescadores artesanales y la seguridad alimentaria en una región clave del país.

 Epam y Aunap: el viaje de 200.700 alevinos de bocachico que conectó al Alto Magdalena con los ríos de Cornare
Por Agencia Periodismo Investigativo | Mar, 09/12/2025 - 12:54 Créditos: Alianza entre Epam y Aunap permitió la llegada de 200.700 alevinos de bocachico a los ríos de Cornare. Suministrada

Aún no amanece del todo cuando en la Estación Piscícola del Alto Magdalena, EPAM, el movimiento ya es frenético. En los estanques de concreto, en Gigante (Huila), decenas de miles de diminutos bocachicos se agitan en cardúmenes compactos, ajenos al hecho de que están a punto de empezar un viaje que los llevará a otros ríos, otras ciénagas, otros pescadores.

Desde allí, bajo la coordinación de la Dirección Regional Bogotá de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), se organizó la entrega y envío de 200.700 alevinos de bocachico en el marco del convenio Aunap–Cornare, una alianza que busca recuperar el recurso hidrobiológico en el oriente antioqueño y el Magdalena Medio.

EPAM es una pieza estratégica en esa tarea. La estación, administrada por la Regional Bogotá, está ubicada en Gigante, Huila, y se ha consolidado como uno de los núcleos de producción de especies nativas más importantes del país.

Allí se producen, en mayor proporción, bocachico y tilapia roja, junto con otras especies como mojarra criolla, guabina, doncella, capaz y pataló, con metas anuales que se miden en millones de alevinos destinados tanto a apoyar la acuicultura comercial como a repoblar ríos, ciénagas y humedales del centro del país.

Esa mañana, los técnicos recorren los estanques con redes finas, seleccionan cuidadosamente los alevinos y los trasladan a grandes recipientes de clasificación.

En cada paso se revisa el tamaño, la vitalidad y la ausencia de malformaciones. No se trata solo de “llenar bolsas”, sino de garantizar que cada ejemplar tenga posibilidades reales de sobrevivir al traslado y adaptarse al nuevo hábitat.

En una mesa de trabajo, otro grupo de funcionarios se encarga del conteo: el objetivo son 200.700 individuos, una cifra ajustada a las necesidades y capacidades de los cuerpos de agua que serán intervenidos bajo la orientación técnica de Cornare, la autoridad ambiental de la región.

Las bolsas plásticas transparentes, que más tarde llenarán las camionetas y camiones refrigerados, se van inflando con agua y oxígeno.

La alianza busca recuperar el recurso hidrobiológico en el oriente antioqueño y el Magdalena Medio. Imagen: Suministrada

 

Cada una recibe una cantidad precisa de alevinos, calculada en función del volumen de agua, la temperatura y el tiempo estimado de viaje.

El método no es improvisado: los protocolos de repoblamiento de la Aunap se han ido afinando con años de experiencia en diferentes estaciones piscícolas, desde el Bajo Magdalena hasta el Magdalena Medio, con jornadas similares en las que se han movilizado cientos de miles de ejemplares hacia ciénagas como Zapayán, Dividivi o los complejos hídricos de La Mojana.

El corazón de todo este esfuerzo es el bocachico, Prochilodus magdalenae, quizá la especie más emblemática de los grandes ríos colombianos.

Este pez migratorio, clave en las cuencas del Magdalena y el Cauca, desempeña un papel ecológico fundamental: su dieta basada en detritos y materia orgánica contribuye a “limpiar” los fondos y a mantener el equilibrio de nutrientes, lo que se traduce en una mejor calidad del agua y en el buen funcionamiento de los ecosistemas fluviales.

A ello se suma su peso en la economía local: es una de las especies más apreciadas por los pescadores artesanales y una fuente básica de proteína para miles de familias ribereñas.

El convenio entre la Aunap y Cornare no se reduce a un envío puntual de peces. Según los informes de gestión de la entidad pesquera, esta alianza hace parte de una estrategia de intervención conjunta en planes de ordenación de embalses del oriente antioqueño y de manejo de humedales para mejorar el recurso pesquero, acompañada de procesos de formalización de pequeños y medianos productores acuícolas de la región.

En los últimos años, Cornare y Aunap han desarrollado jornadas de repoblamiento en humedales y cuerpos de agua de municipios como Puerto Triunfo y Sonsón, donde se han liberado decenas de miles de alevinos de bocachico, dorada y pataló, con la participación activa de comunidades locales, asociaciones de pescadores, autoridades municipales y la Policía Ambiental.

Los 200.700 alevinos que salen de EPAM se insertan, así, en una película que ya tiene varios capítulos. En la región de Cornare, la presión sobre los ecosistemas acuáticos ha sido intensa: embalses para generación de energía, expansión ganadera, deforestación en rondas de quebradas, contaminación difusa y cambios en los ciclos hidrológicos han reducido las poblaciones de peces nativos y han puesto en riesgo la pesca artesanal, que sigue siendo una actividad de subsistencia para muchas familias.

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El repoblamiento, aunque no es una solución mágica, se convierte en una herramienta de manejo que se complementa con la regulación de artes de pesca, procesos de educación ambiental y acuerdos comunitarios para respetar tallas mínimas y vedas.

En la carretera que une el sur del país con el Magdalena Medio, los vehículos de transporte avanzan con el compartimento de carga acondicionado.

Dentro, las bolsas con alevinos se mecen al ritmo de los baches, pero el oxígeno y la temperatura se mantienen estables.

Los programas de repoblamiento solo tienen sentido si se acompañan de un compromiso comunitario. Imagen: Suministrada

 

En cada parada, los funcionarios verifican la condición de los peces, revisan que no haya fugas y ajustan la posición de las bolsas para evitar aplastamientos.

En paralelo, los equipos de Cornare se preparan en los puntos de destino: riberas despejadas, acceso para las comunidades, presencia de autoridades locales y, sobre todo, la logística para la etapa más delicada, la aclimatación.

La llegada de los vehículos a la jurisdicción de Cornare suele convertirse en un pequeño acontecimiento local.

Pescadores que han visto disminuir sus capturas en los últimos años se acercan a observar el proceso, a preguntar por los tiempos en los que esos peces alcanzarán tallas comerciales y a plantear dudas sobre la protección de los nuevos ejemplares.

En experiencias recientes, la autoridad ambiental ha insistido en que estos programas de repoblamiento solo tienen sentido si se acompañan de un compromiso comunitario para respetar las normas y evitar la captura de juveniles antes de que cumplan su ciclo de crecimiento.

Antes de que los alevinos toquen el agua de su nuevo hogar, se cumple un paso técnico crucial: lentamente se va mezclando el agua de las bolsas con la de la ciénaga, humedal o tramo de río seleccionado.

Es un proceso de adaptación gradual a las condiciones locales de pH, temperatura y oxígeno disuelto que puede tomar más de una hora por punto de liberación.

La experiencia de otras jornadas, como las realizadas en ciénagas del Magdalena Medio o en humedales de Sucre y Magdalena, ha demostrado que esta práctica reduce significativamente la mortalidad temprana y aumenta la probabilidad de que los peces se establezcan en el ecosistema.

Una vez liberados, los alevinos se dispersan en la columna de agua, invisibles a simple vista después de los primeros segundos. Para las comunidades ribereñas, el resultado no es inmediato.

Los técnicos explican que, en condiciones adecuadas, el bocachico requiere varios meses para alcanzar un tamaño que permita una pesca responsable, y que el impacto pleno de un repoblamiento no se mide solo en kilos desembarcados, sino también en indicadores de diversidad, equilibrio ecológico y estabilidad de las pesquerías a largo plazo.

Detrás de este envío de 200.700 alevinos desde EPAM hay también una lectura institucional más amplia. La Aunap, según sus propios planes de acción, ha apostado por mantener y ampliar un programa nacional de repoblamiento que en diferentes momentos ha proyectado la liberación de millones de alevinos de bocachico, dorada y otras especies nativas en ciénagas y complejos hídricos claves, con la idea de sostener la pesca artesanal y mejorar la seguridad alimentaria en regiones vulnerables.

En ese engranaje, estaciones como EPAM y las del Bajo Magdalena se convierten en laboratorios vivos donde se concentran conocimiento técnico, infraestructura de reproducción y una capacidad logística que luego se traduce en jornadas como la que abastece a la jurisdicción de Cornare.

La crónica de estos 200.700 alevinos es, en el fondo, la historia de una apuesta por mantener con vida un vínculo antiguo entre el río y las comunidades.

Cada ejemplar que salió de los estanques de Gigante para recorrer cientos de kilómetros lleva implícita una promesa: la de que, si se respetan los acuerdos de pesca, si se cuidan las rondas de los ríos y si se controla la contaminación, dentro de unos años esos peces serán alimento, ingreso y parte de un ecosistema más equilibrado.

EPAM, la Regional Bogotá de la AUNAP y Cornare convergen en ese objetivo común, conscientes de que el éxito no se medirá solo en cifras de alevinos sembrados, sino en la capacidad de que estas acciones se sostengan en el tiempo, se integren a políticas de ordenación más amplias y se traduzcan en ríos vivos y comunidades con futuro.

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