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32 platoneras de Buenaventura reciben carnets de pequeños comerciantes
El legado de valiosas mujeres que reciben beneficios del gobierno.
En un paso significativo hacia la formalización y el fortalecimiento del sector pesquero y acuícola de Colombia, la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), Regional Cali, realizó durante el último trimestre del año, la entrega de carnets de pequeños comerciantes a diferentes trabajadores y trabajadoras informales del sector portuario.
Una de las jornadas más significativas se realizó en el municipio de Buenaventura. Allí, 32 "Platoneras" que conforman la Asociación de Platoneras de Bellavista, un grupo de comerciantes minoristas ubicadas en la Galería Bellavista, fueron beneficiadas con la entrega de estas credenciales.
Esta acción de carnetización, que busca ordenar y regular la actividad pesquera a nivel nacional se enmarca en las disposiciones de la Resolución Nº 1485 de 2022, la cual “establece los requisitos y procedimientos para el otorgamiento de permisos y autorizaciones para el ejercicio de la actividad pesquera y de la acuicultura”.
El objetivo principal de esta formalización fue doble: no solo se buscó regular la actividad comercial de estas mujeres, sino también postularlas en la convocatoria del programa Pez Total 2025.
Un programa impulsado por la Aunap, con el fin de mejorar las capacidades y técnicas de comercialización de los productos, garantizando una mayor competitividad de los comerciantes en el mercado.
La entrega de los carnets y la futura participación en el programa Pez Total 2025 representan un impulso crucial para la economía local y para estas mujeres, permitiéndoles acceder a mejores herramientas y oportunidades para desarrollar su labor de manera sostenible y rentable.
Un legado social y cultural
En Buenaventura, cuando alguien habla de “platoneras” no se refiere solo a un oficio ambulante, sino a una pieza completa del circuito alimentario y cultural del Pacífico.
El nombre viene de lo que se ve primero: el platón o pailón que muchas cargan sobre la cabeza, como una extensión del cuerpo y como señal de presencia en el espacio público.
Son, en su mayoría, mujeres afrodescendientes que compran, acopian, a veces transforman (limpian, porcionan o preparan) pescado y mariscos, y luego los comercializan en el perímetro urbano del distrito, en calles, barrios y plazas de mercado.
Su trabajo empieza antes de que la ciudad esté despierta. La jornada suele arrancar en la madrugada con tareas domésticas que se adelantan porque el día “de calle” no admite pausas largas: alistar comida, dejar niños a cargo, organizar la casa.
Luego viene la parte que conecta la ciudad con el mar: el abastecimiento. Dependiendo del punto de compra y del día, la platonera se mueve hacia zonas de desembarque, puestos de acopio o lugares tradicionales de venta primaria donde llegan las capturas de la pesca artesanal y, en algunos casos, producto proveniente de capturas incidentales asociadas a la actividad industrial.
Lo que se compra se decide con criterio práctico: qué está entrando, cuánto cuesta, qué rota rápido, qué piden las cocinas familiares y los comedores. En ese momento se define, sin discursos, el margen de ganancia de la jornada.
Abnegado trabajo
A esa compra le sigue el peso real del oficio: cargar, conservar y vender. Cargar, porque buena parte de la identidad visual de las platoneras está en el traslado del producto en platones sobre la cabeza, aunque también se apoyen en carretas o coches adaptados cuando la logística lo permite.
Conservar, porque el pescado y el marisco exigen rapidez e higiene en un clima donde el tiempo juega en contra: limpiar, escamar, eviscerar, lavar, porcionar, acomodar; proteger del sol, del polvo y del trayecto. Y vender, porque lo que no se vende rápido se convierte en pérdida.
En ese tramo del día, la ciudad se vuelve su mapa: rutas a pie, clientes fijos, llamadas de última hora, encargos, fiado en algunos casos, regateo en otros, y la necesidad de sostener una reputación basada en frescura y confianza.
Su historia
Históricamente, la venta callejera de mariscos crudos tuvo lugares reconocibles. En trabajos de memoria gastronómica se registra cómo esa venta se consolidó en sectores como el barrio La Playita, donde las platoneras exhibían pescados, mariscos y otros productos en un ambiente que cambió con transformaciones urbanísticas del puerto.
Es un dato clave porque muestra que el oficio no es improvisación reciente: es una economía popular con geografía propia, afectada por decisiones urbanas, por el ordenamiento del espacio público y por los cambios en los flujos de la ciudad-puerto.
En Buenaventura, además, “platonera” no se reduce a vender crudo. La línea entre comercio y cocina tradicional es porosa.
Muchas están ligadas a plazas de mercado donde la gastronomía es parte de la identidad local y del atractivo para visitantes.
En la plaza José Hilario López, por ejemplo, la Alcaldía ha documentado festivales gastronómicos donde se menciona a representantes de las platoneras y se describe la oferta de platos y la afluencia de público, mostrando cómo el oficio también conversa con el turismo gastronómico y con la economía de comidas preparadas.
La organización social alrededor del oficio también existe y ha buscado formalizarse, al menos en lo asociativo. Expertos han reportado cifras aproximadas de mujeres dedicadas a esta labor en el Pacífico colombiano y la existencia de formas de federación o agremiación en Buenaventura para mejorar condiciones de vida y trabajo.
Esa dimensión importa porque revela que no estamos ante un “rebusque” individual aislado, sino ante un sector que intenta volverse interlocutor ante instituciones, programas y políticas públicas.
El trabajo de las platoneras ocurre, además, dentro de un sistema ecológico y regulatorio que no siempre se ve desde la ciudad.
Cuando hay vedas o restricciones por especies, el ingreso se resiente de inmediato: si la especie de alta rotación no se puede comercializar, hay que sustituir producto, cambiar rutas, buscar alternativas.
Mujeres resilientes
Organizaciones ambientales han documentado apoyos puntuales para que, en temporada de veda (por ejemplo, asociada al camarón), estas vendedoras puedan seguir trabajando con productos distintos, lo que confirma dos cosas: que el oficio depende de ciclos del mar y de la regulación pesquera, y que la vulnerabilidad económica es alta cuando la cadena se interrumpe.
En el cuerpo, el oficio también deja huella. La imagen del platón en la cabeza es símbolo, pero también es carga: horas de pie, caminatas largas, equilibrio constante, exposición a lluvia y sol, y el riesgo sanitario de manipular alimentos en condiciones difíciles.
A eso se suma lo que implica vender en calle: depender del clima, del ordenamiento del espacio público, de controles, de jornadas que se alargan según el ritmo de la venta.
Investigaciones académicas sobre mujeres en la actividad pesquera han incluido caracterizaciones socioeconómicas de quienes trabajan como platoneras, precisamente porque su labor está en el corazón de la seguridad alimentaria local y del ingreso de muchos hogares.
Hay otra capa que en Buenaventura se entiende sin explicación: el oficio es memoria y resistencia cultural. No solo por el pregón, la forma de ofrecer el producto o la relación con el barrio, sino porque la cocina del Pacífico —sus encocados, caldos, arroces y frituras— necesita de esa intermediación cotidiana entre mar y mesa.
Las platoneras son salvaguarda de herencia afrodescendiente y como parte de un reclamo más amplio por vida digna y paz en el territorio.
Ese encuadre no idealiza el trabajo, pero sí lo ubica en su dimensión completa: economía, cultura e historia en un distrito atravesado por dinámicas de puerto, conflicto, movilidad y desigualdad.
En días de mucha venta, la crónica se acelera: el producto se agota temprano, se repite la ruta, se improvisa un segundo abastecimiento si hay capital para reinvertir el mismo día.
En días lentos, la ciudad se vuelve un tablero más duro: hay que moverse más para vender lo mismo, bajar precio, asumir pérdidas o llevar producto a casa.
Y, aun así, la jornada termina con una escena repetida: volver, contar, separar lo del hogar, calcular lo del día siguiente, y sostener, con esa suma pequeña y diaria, la estabilidad de familias enteras.
Ahora con la gestión de la Aunap Regional Cali-Buenaventura, las platoneras siguen construyendo un legado de valiosas mujeres que contribuyen silenciosa y de manera abnegada a la seguridad alimentaria del país.
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