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La pandemia ya es historia… los primeros dos años

Una historia de muertes inesperadas, familias fragmentadas y un sufrimiento indescriptible de fallecer por sed de aire. Y pensar que esto hoy nos parece tan solo un recuerdo lejano.

La pandemia ya es historia… los primeros dos años
Por Agencia Periodismo Investigativo | Sáb, 12/03/2022 - 10:12 Créditos: Stire

Por: Carlos Eduardo Pérez, médico infectólogo.

Este relato que inició con un fenómeno distante, un “problema de los chinos”. En donde la  velocidad y voracidad del virus nos acercaron a una realidad: que todos tenemos algo en común, somos frágiles y vulnerables.

Los recuerdos de las cuarentenas iniciales hacían pensar que se trataba de una carrera de cien metros y la idea imperante era que, terminado el encierro, todo regresaría a la normalidad. Recuerdo la gente esperando que empezara todo a normalizarse después de las cuarentenas, y esto no sucedió. La vida cambió no sabíamos cuánto y solo ahora, dos años más tarde, lo sabemos.

En ese momento todo era incertidumbre; la búsqueda de información y de respuestas era una preocupación incesante, realmente era una oscuridad absoluta. Era como prepararse para un tsunami sin tener refugio. Estando a la espera de cuando llegara la ola, esa era la pregunta diaria.

La primera ola en donde fallecieron personas de una enfermedad de la que se escribía mucho pero que aún hoy se conoce poco; una sensación de vulnerabilidad cuando el virus producía una inflamación avasalladora y los esfuerzos para controlarla eran inútiles. Una enfermedad acompañada de una tremenda soledad y angustia de los pacientes, sin dejar atrás esa impotencia desesperante de los que los atendían. Y por supuesto también, esos  triunfos al extubar pacientes, egresar enfermos y atender a personas severamente enfermas que lograron recuperarse; eso es una alegría inmensa aunque transitoria.

Después de una reducción del número de casos se generó la búsqueda de una normalización del sufrimiento y tratar de retornar a las actividades cotidianas siguiendo “estrictos protocolos de bioseguridad” que apaciguó de alguna forma una condición más grave: el hambre. Esta normalidad se acompañó de revueltas sociales, inconformidades, titulares alarmistas y pesimismo contagioso. Una nueva arremetida del virus más violenta, enfermos severos con tratamientos médicos mejor afinados pero con resultados inciertos. Fue, es y será una enfermedad desconcertante para algún grupo de pacientes, aunque hoy sabemos más, sigue siendo totalmente impredecible.

Carlos Perez
Carlos Pérez, médico infectólogo / Suministrada

 

Con la llegada de un nuevo pico (meseta) que no fue una ola, fue un tsunami de casos. Probablemente la vacunación incipiente redujo el impacto en la mortalidad, pero no el número de infectados; tal vez las variantes virales son las protagonistas de un número de casos, con una infinidad de pacientes esperando atención especializada y unas estadísticas señalando existencia de camas de cuidado intensivo, pero desde el otro lado con una larga solicitud desde los servicios de urgencias. Las estadísticas de ocupación de las autoridades reflejaban poco el desespero de los servicios asistenciales. Aun así, se superó después de varias semanas interminables; con fallecidos, estadísticas y la búsqueda frenética de vacunas. Todo parecía volver a la calma.

La historia de la variante ómicron materializó una crónica anunciada de lo que iba a suceder: era claro que si había circulación viral con bajas tasas de vacunación (hoy también sucede) se generarían mutaciones y una de ellas lograría expandirse globalmente, y así pasó. El mundo quedó afectado; nos protegió un escudo bueno pero no perfecto. Todos nos infectamos; cómo se desarrolló la enfermedad en cada uno dependió del estado de salud y definitivamente de estar vacunados con refuerzo.

Una historia que han sido solo dos años que queremos olvidar y selectivamente obviar los malos momentos. Sobrevivir y seguir adelante, no hay opción. Queda marcado en el corazón cada fallecimiento por una enfermedad desconocida, familias devastadas, padres, hermanos, hijos arrebatados por una partícula viral; una cruel mezcla simple y bien organizada de grasa y proteínas que nos cambió a todos.

Negamos el dolor; es un proceso natural, normalizando el sufrimiento de lo que vivimos. Y el dolor de los fallecidos quedó simplificado en estadísticas. En donde pasaron de ser personas a ser  “casos”. Y estos fatídicos números se volvieron rankings; convirtiendo el dolor en una olimpiada.

vacuna
Jornadas de vacunación contra el Covid-19 en Bogotá / Secretaría de Salud

 

Todos perdimos: unos, la vida; otros, con un prolongado sufrimiento por los daños del COVID; la salud mental se deterioró y la desigualdad social se profundizó. Estos dos años nos cambiaron. Habrá nuevas pandemias desde luego y no será en cien años, será pronto; la indiferencia al medio ambiente, el egoísmo, el hambre, la inequidad, la fragilidad humana son los detonantes. Los virus circulan, las bacterias evolucionan, los hongos esperan y los parásitos se multiplican. Este pesimismo pandémico se profundiza, y para completar después de tanto dolor llega hoy una guerra. Recordemos que contra el sofisticado armamento bélico nuclear y la radioactividad no hay vacunas.

A pesar de todo, esta historia fue también de triunfos en donde la ciencia dio respuestas, los médicos y trabajadores de salud enfrentaron la pandemia con más coraje que conocimiento, con grandes muestras de cooperación y solidaridad. Con enseñanzas sobre la importancia de la ciencia, la higiene y la vacunación. Es importante recordar y reforzar lo bueno que aprendimos, porque lo malo lo sufrimos todos.

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